Los veranos ya no son lo que eran, me alegro de la democratización de las vacaciones, de que mucha gente pueda permitirse viajar y conocer lugares maravillosos en todo el mundo, en resumen, que mucha mas gente pueda disfrutar de lo que hace años solo podían ver en revistas o documentales, pero reconozco que la masificación siempre me lleva al desencanto. Posiblemente mi agorafobia sea uno de los motivos, pero viajar en verano, empieza a ser algo que lejos de relajarme y resultar maravilloso girar una esquina, contemplar un rincón, paisaje o monumento; sea una verdadera pesadilla donde, cientos de personas se amontonan sin orden blandiendo un móvil, que debe registrar antes que nada y nadie ese momento que antaño me arrancaba esa sonrisa de asombro. Da igual donde vayas, playa, cala, ciudad, pueblo, campo… si es conocido o ha salido en algún lugar, cientos cuando no miles de personas estarán dando vueltas, siempre, teléfono en mano, tratando de inmortalizar para otros ese momento, que como efecto llamada, atraiga otros cientos de personas para repetir lo mismo, un efecto bola de nieve que acaba por arrasar con todo, donde bares, tiendas, restaurantes y hoteles se olvidan de la calidez y calidad, buscando la rotación y rentabilidad, en Italia por ejemplo, la cuenta siempre en la barra, la razón que tengas que levantarte e irte sin esperar la cuenta.
Cada verano me pongo por objetivo buscar un lugar donde disfrutar del silencio y soledad, donde respirar, contemplar y sobre todo no ver un solo móvil grabando o fotografiando a mi alrededor, tarea imposible, salvo que acabes perdido y sin cobertura en un barrio poco recomendable de cualquier ciudad, o salvo que tengas la suerte de conocer a alguien que te invite a ese lugar especial que pocos conocen, el problema es que siempre habrá alguien que lo inmortalice, lo suba a la red del demonio, y acabe siendo lugar de peregrinaje de cientos de borregos con 5g en sus venas.
Siempre nos quedará Madrid, si tienes la suerte de encontrar algo abierto, pero sigue siendo parte de su encanto, mi ventaja, que conozco esos lugares maravillosos donde la gente aún disfruta de esa intimidad y lujo de lo exclusivo, no por precio, si no por lo que yo entiendo lujo y exclusividad. Permítanme que obviamente no les diga el donde, pero créanme que existen.
El lujo, lo que yo entiendo por lujo, sigue costando dinero, pero sobre todo sigue costando el que nadie necesite un teléfono, una red social y cobertura, el verdadero lujo de visitar Florencia con el único sonido del replicar de tus pasos entre calles angostas que conducen de madrugada a vistas maravillosas del Duomo, a playas desiertas donde pasear al amanecer, a atardeceres efímeros en un pequeño restaurante de Castilla donde perpetrado de chaqueta y buena conversación, esperes pacientemente la llegada de la cena, sin mas prisa, que la que tardes en degustar vinos y platos. Pero insisto, no esperen que les diga el donde, si en algún caso el cuando, a las 5 de la mañana, cuando la noche solo acoge a los insomnes y a los que como yo, quieren recorrer la ciudad como lo haría alguien hace 20 años, sin mas luz que las de las farolas, gente sin teléfono o ganas de inmortalizar momento alguno, y monumentos y lugares donde puedas contemplar sin empujón, flash o grupo interponiéndose a voz en grito o paraguas en mano.
Pese a todo, no hay cosa que me produzca mayor placer que la de viajar, sin duda alguna, viajen, en un debe y un haber, siempre compensará un buen viaje, y no solo el viaje, el camino hasta planear y comenzar el mismo, que como saben, es lo mejor de cualquier proyecto, idearlo, planificarlo, realizarlo y recordarlo, pero por favor recuérdenlo y no confundan lugares por exceso de información, otro de los males de el turista del SXXI.
Para acabar, he recorrido medio mundo, y sin duda España es el mejor país del mundo, tratemos de seguir siendo ese paraíso en parte desconocido.