La clase, la elegancia, desde que las redes sociales inundan la vida social de las personas de toda edad y condición, desde que las grandes revistas del corazón han sido sustituidas por aplicaciones en el teléfono, desde que las temporadas de la ropa de lujo se suceden sin mas sentido que el vender más, los coches no valen nada con 2 años de antigüedad, y donde todo es tan efímero como un like, en mi opinión se han perdido, y creo que para siempre la clase y distinción que aún hoy envidio. 

Hubo un tiempo en que la elegancia se basaba en algo mas que en consumir, en algo mas que ser “el que más”, de ser el primero, en ser una mezcla de elegancia, originalidad y sobre todo en algo que también se perdió hace años, el saber sugerir sin mostrar. 

Alguien elegante y con clase era capaz de distinguir un traje o vestido de un diseñador de prestigio simplemente con mirarlo, la elegancia era una ciencia, zapatos y trajes con años, solera, algún que otro repaso en el sastre por el paso de los años y los kilos, relojes que heredaban hijos, que a su vez habían heredado de sus padres… la elegancia consistía en pasar desapercibido pero siempre con un pensamiento que dejar en cualquier que te cruzaras, “que elegante”. La elegancia se tenía en cualquier lugar o circunstancia, no requería el ser visto, no requería la aprobación de nadie, requería de pericia, experiencia y saber estar. 

Elegante era saber conversar, conocer lugares, opinar sobre política o ciencia, leer cada día un par de periódicos al menos, escuchar la radio, y conversar con gente culta en largas tertulias donde siempre aprender, de todo y de todos. 

Elegante era pasear, observar, sentarse y esperar, la elegancia es algo que aún, en estos tiempos, se puede ver en barrios de Madrid o San Sebastián, con protagonistas mayores de 50 años, y a los que les es indiferente una etiqueta, una marca o el llamar la atención, donde no buscan mas “like” que el suyo, donde no buscan mas escaparate que el de el espejo de su vestidor, que no entienden de moda y si de lo atemporal, de la solera, y sobre todo del porqué. 

Que conocen el algodón, el corte de un traje inglés, italiano, la piel de becerro o el cachemir, que saben el valor y no el precio de cada prenda, de cada objeto, de cada plato. Que saben pagar por lo que vale, no por lo que cuesta, grábense esta frase. 

Que no ansían un rolex por estar de moda, por haber sobredemanda, que no necesitan un logo, un local de moda y menos aún necesitan la aprobación de nadie (insisto). 

Que prefieren pasear a lanzarse a acelerar coches de alquiler de varios miles de euros para ser vistos, que viajan a lugares donde descubrir la tranquilidad de un atardecer sin nadie mas que su pareja o pensamientos. Que prefieren una conversación interesante que lo que llaman algunos “disfrutar el momento”, que daño ha hecho el carpe diem, y cuantos veces lo he comentado en este espacio, que venera el pasado y construye el futuro, mientras vive el presente, que “esfuerzo” y “constancia” son dos conceptos que aplica cada día como dogmas de fe . 

Y a eso aspiro, a disfrutar de lo que tengo, a permitirme esos pequeños caprichos, a mostrar solo lo que creo es bello y quiero compartir sin mucho afán de protagonismo (no siempre lo consigo), de seguir aprendiendo, de conversaciones donde preguntar y aprende y no demostrar. 

Me verán de pasada en algún local de moda, mas por petición de algún cliente que por ganas de probar entre empujones algo bueno y nuevo, no me dejaré ver, ni quiero ver, el mejor medio de locomoción en una ciudad, unos buenos zapatos, y para viajar sin duda un tren como el de oriente, viaje pendiente y de momento fuera de mi alcance. No me veréis en Ibiza ni en Menorca, tampoco en un barco de alquiler, lo cierto es que en ningún barco, me mareo con bastante facilidad, pero si en el mediterráneo en una playa de la costa murciana en Junio, o en una playa asturiana en septiembre. Me veréis en el caluroso Madrid en agosto recorriendo de madrugada sus calles solitarias, o en el norte de Francia en un pequeño hotel de costa ventosa y solitaria en primavera. 

No quiero ni ser ni parece joven, pero tampoco quiero dejar de evitar de estar lo mejor posible, es algo que también se confunde, edad y dejadez, todo forma parte de envejecer con elegancia. 

El lujo y la elegancia, esa fina línea que tanto se cruza estos días, y que muchos no se pueden ni quieren permitir, puedes comprar lujo, pero comprar elegancia, es cada vez mas difícil, es mas, es cada vez mas raro ver a alguien tratar de ser elegante y si de transmitir que ha comprado lujo. Las grandes damas de la sociedad, la aristocracia se refugia en publicaciones y lugares cada vez mas olvidadas, pero señores, hay esperanza, hay un pequeño reducto de personas que han sabido transmitir de abuelos a padres y de padres a hijos, que es la elegancia y el buen saber y hablar. Aún queda alguna cafetería de el barrio de las letras, Horcher, algún club privado y siempre esas maravillosas calles de Madrid en el barrio de Salamanca o cerca del palacio de Oriente donde simplemente pasear y disfrutar de lo que es uno de los mayores placeres de la vida, pasear, eso si, siempre de forma elegante. 

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