Adiós a las luces de color amarillo que alumbraban nuestros pueblos y ciudades, en la escala lumínica, empezando por la luz de una vela (1000K), pasando por la luz incandescente (3000K), la iluminación de nuestras casas ha sucumbido a la luz led o blanco frio(5000k).
Llegar a un pueblo o ciudad en aquellas noches de invierno, y divisar a lo lejos las diferentes luces que intercalaban la luz y calor de una chimenea o una vela, con la de una lámpara o farola, daban una sensación de calidez capaz de combatir ese frio que te calaba los huesos, única y desgraciadamente, irrepetible.
El interior de una vivienda en Madrid, dejaba entrever a través de las cortinas, esa luz cálida que podría confundir con la de una vela, y que iluminaba a una persona leyendo, cosiendo o simplemente observando el infinito de una habitación. La calidez de las calles y sus farolas, de un café en un día frio de invierno, el flexo de la mesa de un estudiante, el calor de una estufa con resistencias, el olor a brasero o carbón… de una chimenea.
Nos hemos vuelto a rendir, al LED que ahorra energía, a la luz cual feria de navidad de colores, a la luz que nos ilumina la cara de un movil, o peor aún, de ese invento de algún ser retorcido llamado libro electrónico, que permite como si de una biblioteca de la antigua babilonia se tratase, piratear y almacenar libros de los que apenas hemos leído un par de capítulos, y que en caso de no enganchar, almacenamos en una memoria de gigas de conocimiento perdido.
La luz, la calidez, la modernidad, el progreso, antagonismos, antagonistas…
Si alguna vez tuviera mi propio despacho, libertad y sobre todo posibles, tendría un despacho que presidiera una gran chimenea, junto con un sillón orejero estilo inglés, una estantería repleta de libros, una mesa de madera maciza, con un juego de plumas y bolígrafo, papel de alto gramaje encima de la mesa con cierto color amarillento apergaminado, una silla de madera y cuero artesanal toledana presidiendo la mesa, con dos sillas al frente similares. Una gran lámpara de cristal sobre la sala, flanqueada por varias lamparas de bombilla incandescente. Ni un solo ordenador, ni un solo teléfono, ni una sola pantalla, tan solo un teléfono fijo, conectado al de mi secretaria personal, una señora de no menos de 55 años, con modales propios de la persona que suele sustentar los cimientos de cualquier empresa. No olvidaría un perchero, un mueble bar de principios del SXX, con una selección de té, whisky, Ginebra y chocolate. Las paredes, envueltas en papel pintado y cuadros (no menos de 4), inversiones en talento y objeto de admiración durante horas en tardes otoñales como la de hoy. Importante un balcón con puertas abatibles de madera y salida a una de las calles del barrio de las letras o los Austrias, puestos a elegir, con vistas al museo del Prado, en su entrada lateral, en esas viviendas donde antiguamente los oficiales vivían con sus familias.
Empiezo y acabo con la luz, la luz cálida, la luz que evocaba la vuelta a casa, la calidez tras los largos viajes por carreteras secundarias… si quieren calidad de luz, ahorrar energía o parecer su casa una playa de la costa azul a medio día en pleno verano, mejor vayan a la costa azul, nadie en invierno se creería, que la costa azul esta en un pueblo de la Alcarria a finales de enero, por mucho Led que pongan en sus farolas y viviendas.