Cuando alguien como yo lleva años conviviendo con números, ebitdas, deuda, ratios o PMI, donde los millones los resumes en M, los miles en K y desviaciones de lo que equivale tu sueldo 3 vidas son aceptables, tu forma de ver el mundo es distinta a la del resto de mortales. No ves vidas detrás de negocios, ilusiones, generaciones, recuerdos, historias. No ves gente capaz de levantarse y pensar : “hoy va a ser el día”, para que tras no serlo, no acabe derrumbándose al llegar a casa y ver la cara de su mujer y la de sus hijos en ese diminuto salón de barrio obrero de ciudad periférica.

El mundo de los derechos, de ninguna obligación, de ni tan siquiera pensar en el como, lo que importa es el cuando, y sobre todo el donde ( y no me refiero a un lugar, me refiero a una red social). Uno, que es cristiano, lector de la biblia a ratos, escuchante cada domingo, piensa que el ascenso de los demonios a la tierra, lo hacen y han hecho a través de la fibra o los satélites de comunicaciones, que su credo y vía de propagación es internet, en el cancerígeno “carpe diem”, en los seguidores, los “criticadores”, los halagadores… el mundo se controla desde un monitor, un click, un follow, un me gusta o un TT (trending topic o similar, no pienso molestarme en buscarlo en google), como ven el mundo lo dominan anglicismo y gilipollas a partes iguales.

Y todo ello lobotomiza y mucho, hasta a los que nos negamos a entrar en ese averno de 1 y 0, acabamos cotilleando las vidas ajenas y matando a las últimas porteras y porteros a los que preguntar donde se había ido alguien de vacaciones o si la del cuarto se había vuelto a casar era una fuente de saber, la respuesta está en las redes, en las sociales claro está.

La sociedad solo sabe envidiar, no entiende de sacrificio, de madrugar, de acostarse tarde, de trabajar los fines de semana, de luchar, de respetar, de entender que ricos solo puede haber unos pocos, de que por encima del dinero hay otros valores, de que por encima del seguidor esta la cultura, que historia del arte sigue siendo una carrera (creo), que la foto en el pueblo con tu abuelo es mejor que la de medio mundo en el banco de los cojones de “no hay verano sin beso”, de que la tortilla de patatas de mi madre le da mil vueltas a cualquier restaurante con estrellas Michelin o de moda por el número de “influencer”.

Influencer, si pudiera matar una palabra sería esa, influencer, si se pudieran matar a las palabras, influencer estaría la primera de la lista, no por la palabra en si, que es fea, por quien la define, imaginen que hace cientos de años se hubiera definido a Goya, Cervantes, Mozart o Quevedo influencer, lo aceptaría, incluso de haberla leído en el Quijote definiendo al ilustre Hidalgo, pero ahora, influencer, un niñato tatuado que a penas sabe escribir, que pasa horas en un gimnasio y que su único merito en esta vida es haber evitado que su padre le diera cuatro tortas bien dadas?.

Y lo cuenta y reflexiona alguien con dos hijos adolescentes, lo cuenta alguien que cada día gasta según su teléfono una hora en interactuar con twitter e instagram, lo cuenta alguien que si tuviera 1 millón de seguidores en Instagram se postularía como embajador (esta si me gusta) de múltiples marcas de lujo, lo cuenta alguien que fracasó en su intento de involucionar con un teléfono Nokia 3310 y el primer día tuvo que volver a por el iphone para poder devolver una camisa, lo cuenta alguien que escribe esto en un blog o web que le gustaría algún día fuera leído por miles de personas y lo consideraran influencer. En resumen, es como si Damian (la semilla del diablo para los no cinéfilos), renegara del mal y del diablo.

Y todo esto, porque tras pasear este domingo por la ciudad que me vio nacer, pasear por su calle mayor, y recordar lo que es y lo que fue, empezó como persona ya de mas de 45, a recordar, divagar y refunfuñar cual Sabina contra una sucursal del hispano americano, que donde estaba el Holandés, la panadería, el bar, el estanco…. Y que hacia ahí esa franquicia de helados o ese chino, que donde estaba la tienda donde me compraba la ropa dos veces al año, y cuyo nombre no recuerdo, y que hacía allí esa cadena de perfumes de nombre impronunciable, que donde había quedado esa generación de gente que luchaba cada mañana por un sueño, y que ese sueño era tener una casa humilde, unas vacaciones al año en la playa, y un botellín en el banco de la plaza con un cigarro de a duro del puesto de chuches. Y veía mascarillas, y recordaba a los muertos, y me miraba las canas en un escaparate, y me decía, ya quedamos menos.

El mundo que dejamos es una autentica mierda, lo siento, soy culpable, pero al menos soy consciente, y algo he hecho, no todo lo que hubiera podido, pero algo, seguro, lo he intentado, lo sigo intentando, trato de que mis hijos lo entiendan, de momento 2-0 ni un tiro a puerta por mi parte.

Quiero la vida del Renault 8 o el 127, el piso de 80 m2, la televisión con dos canales, el sentarse a las 5 en un banco a la sombra o el suelo y contarnos algo porque no había mas opción, de las tardes de cartas, de Risk, de risas, de silencios, de mirarnos a los ojos, de futbol, de porteros, de porteras, de periódico, de bar donde el camarero tenia nombre, del sonido de la maquina de pinball, de serrín en el suelo.

De balones de cuarta mano, de bicis comunitarias, del rico del barrio, de mierda en las rodillas, de cigarros a un duro, de revistas porno bajo piedras y en formato cartón piedra, de sueños donde un oficio era digno, la familia un activo a defender a muerte y un sueño, un sueño.

Reflexiona un fracasado, un convertido, un gilipollas mas, mentir seria de idiotas, he caído, pero me siento como el tuerto en el reino de los ciegos, soy gilipollas, pero consciente de serlo, de vender mi alma por un coche caro, un piso mas aún y una anchoa sobre lecho de pan a 15 euros la unidad.

El éxito, hace tiempo que dejé de tener un referente de éxito, el último quizá fue Don Alfredo, o quizá Cela o Juanito, o por tener la referencia de alguien con vida Arconada. El resto, otros gilipollas.